El Gobierno prepara una inyección de pesos y analiza una baja de tasas para estimular la economía y contener el dólar. La estrategia busca mayor liquidez, pero despierta dudas sobre el impacto inflacionario y la reacción del mercado. Una jugada que combina alivio a corto plazo con riesgos a mediano.
Con la mira puesta en la estabilidad cambiaria y el consumo interno, el Gobierno se alista para ampliar la liquidez y ajustar las tasas de interés. Una decisión que podría oxigenar la economía, pero que también podría encender nuevas tensiones inflacionarias.
El Gobierno busca oxigenar la economía con más pesos y tasas más bajas, pero el dólar sigue siendo el gran termómetro.
El Gobierno está afinando un movimiento clave: inyectar más pesos a la economía y, al mismo tiempo, aplicar una baja de tasas. El objetivo es claro: revitalizar el consumo y la inversión, pero sin perder el control sobre el dólar.
En la práctica, inyectar pesos significa aumentar la liquidez en el sistema. Esto puede lograrse a través de pagos a proveedores, adelantos de obra pública o medidas de incentivo al sector privado. Más pesos en circulación pueden impulsar la demanda y dinamizar ciertos sectores que hoy están frenados por el encarecimiento del crédito.
Liquidez controlada: el delicado equilibrio entre pesos, tasas y dólar
La baja de tasas, por su parte, busca aliviar el costo del financiamiento para empresas y consumidores. Con intereses más bajos, se espera que las pymes se animen a invertir y que las familias vuelvan a tomar crédito para consumo. Sin embargo, bajar las tasas también implica que los ahorristas encuentren menos atractivo dejar su dinero inmovilizado, lo que podría derivar en una mayor presión sobre el tipo de cambio.
El desafío está en el timing y la magnitud de la medida. Una inyección demasiado fuerte puede acelerar la inflación, sobre todo en un contexto donde la suba de precios sigue siendo uno de los principales problemas económicos. Además, la reacción del mercado cambiario será determinante: si el dólar se dispara, el efecto positivo sobre la economía interna podría diluirse rápidamente.
El plan se apoya en un supuesto: que una mayor liquidez, bien administrada, puede convivir con un dólar estable si se logra alinear las expectativas. Para eso, el Gobierno necesita dar señales claras sobre cómo controlará la inflación y cómo asegurará que la emisión no se desborde.
En el corto plazo, la medida puede dar aire. Más actividad, consumo en alza y un dólar quieto son una combinación atractiva para cualquier gestión. Pero a mediano plazo, la pregunta será si el equilibrio se sostiene o si el mercado vuelve a marcar el ritmo.
