El Gobierno admitió que la suba de tasas impactará en la actividad económica, pero avanza con una nueva operación de deuda en pesos. La estrategia busca frenar la inflación y contener el dólar, aunque con el riesgo de enfriar el consumo y la inversión. El desafío será mantener el equilibrio entre la estabilidad financiera y el crecimiento.
El plan oficial apuesta a tasas más altas para controlar el dólar y la inflación, aunque reconoce que la medida puede afectar la actividad.
Subir las tasas puede estabilizar la economía, pero también frenar su motor.
La decisión del Gobierno de mantener tasas de interés elevadas refleja una tensión clásica en la economía argentina: controlar la inflación y sostener la estabilidad cambiaria, aun a costa de enfriar la actividad. En los últimos meses, la presión sobre el dólar y la necesidad de cumplir con las metas fiscales y monetarias llevaron al equipo económico a apostar por un endurecimiento de la política monetaria.
El dilema de las tasas: estabilizar o enfriar
El reconocimiento oficial de que esta medida tendrá impacto en la economía no es menor. Tasas más altas encarecen el crédito para empresas y familias, reducen el consumo y frenan la inversión. Sin embargo, en un contexto de inflación persistente y volatilidad cambiaria, el Gobierno prioriza la estabilidad financiera inmediata.
La nueva operación de deuda en pesos es parte de esta estrategia. Al ofrecer títulos atractivos, el Tesoro busca absorber liquidez del mercado y evitar que esos pesos presionen sobre el dólar. El desafío es doble: convencer a los inversores de que apostar por deuda local es seguro y evitar que la carga de intereses comprometa las cuentas públicas.
El riesgo de este esquema es evidente. Con tasas reales positivas, la actividad puede resentirse, afectando tanto al consumo interno como a la producción. Al mismo tiempo, la deuda en pesos crece, lo que implica mayores compromisos futuros para el Estado.
El Gobierno parece aceptar ese costo como un “mal necesario” en el corto plazo. Su apuesta es ganar tiempo y credibilidad, con la expectativa de que una mejora en la macroeconomía reduzca la inflación y permita luego bajar las tasas.
En definitiva, el escenario plantea una pregunta clave: ¿hasta qué punto la economía puede resistir tasas altas sin caer en recesión? La respuesta dependerá no solo de la disciplina fiscal y monetaria, sino también de la confianza de los mercados y de la capacidad del Gobierno para sostener su estrategia sin retroceder ante las presiones.



